viernes, 17 de junio de 2011

Tu mano, calva.


Estaba yo, sentado en un mueble muy incomodo de la sala de una familia humilde, lo digo por la decoración muy pueblerina que tenia, estaba muy nervioso, inquieto, desesperado, aún sin saber el motivo de la reunión, observaba sombras que bailaban de un lado para otro al son de sus susurros, minutos más tarde un chica sin rostro se sentó al lado mío, sin pensarlo dos veces le di un gran abrazo, y le agarré fuerte de su mano derecha con mis ambas manos, fue ahí cuando me di cuenta que fui a pedir su mano, al fin pude ver a toda su familia ajetreada con los bocaditos, entre la multitud también vi a mi familia,  repartían gelatina en unos recipientes un tanto cómicos, todos con la cucharita de un mismo lado de color rosado (¿colores en los sueños?), juro que mientras la gente murmuraba como lo hacen en un velorio, puse mi cabeza en su hombro y en mi interior una voz repetía una y otra vez una misma pregunta, ¿Es lo que en verdad quiero?, a duras penas pude ver la cabeza de la chica con la cual iba a dar el gran paso del matrimonio, y para mi sorpresa… ¡Era calva!.
Entró la duda, quería salir huyendo de esa casa, pero no recordaba por donde entré a ella, rogaba que fuera solo un sueño tormentoso y pedía mi pronto despertar, nada sucedió… Me eché al dolor, y me dije, Diego, te casas! Quizás no es calva, solo fue mi imaginación, nunca vi una cabeza con poco cabello y en su cuero cabelludo unas cicatrices horrendas que aun tenían ese color rosáceo nauseabundo, quizás fue miedo a condenarme a vivir con una persona para el resto de mi vida, pero, yo la abracé cuando nos vimos en esa sala, se supone que la debo querer, por eso estoy aun sentado a su lado, pero ahora sin contacto físico, la repugnancia aún sigue en la imagen desvanecida de sus “cuatro cabellos”.